viernes, 27 de febrero de 2009

Un beso de buenas noches


La autora de este relato, Phylips Volkens, murió dos día después de haberla localizado para pedir su autorización a fin de incluirlo en el libro Sopa de pollo para el alma de la mujer . Su esposo, Stanley, dijo cuánto había significado para Phyllis que hubiera sido elegido .









"Un beso de buenas noches" en memoria de Phyllis.



Todas las noches, cuando tomaba mi tumo de enfermera, caminaba por los pasillos de la residencia de ancianos y me detenía en cada puerta para conversar y observar. A menudo, Kate y Chris se encontraban con sus grandes álbumes de fotografías sobre las rodillas, evocando sus recuerdos. Kate me mostraba sus viejas fotos con orgullo: Chris, alto, rubio, bien parecido; Kate bonita, de cabello oscuro, riendo. Dos jóvenes amantes que sonreían con el paso de las estaciones. ¡Qué bien se los veía juntos, mientras la luz de la ventana brillaba sobre sus cabellos blancos y sus rostros arrugados sonreían frente a los recuerdos atrapados y mantenidos para siempre en esos álbumes! (…)

El momento de ir a la cama estaba precedido por un ritual Cuando yo llegaba con los medicamentos para la noche, Kate se encontraba en su silla, con su camisa de dormir y sus pantuflas, esperándome. Bajo la mirada vigilante de Chris y de la mía, Kate tomaba su pastilla. Luego Chris, con gran cuidado, la conducía de la silla a la cama y acomodaba el cobertor alrededor de su cuerpo frágil. (…) Entonces Chris se estiraba para apagar la luz colocada encima de la cama de Kate. Luego se inclinaba con ternura y se besaban dulcemente. Chris le daba unos golpecitos en la mejilla y ambos sonreían. Levantaba la baranda de la cama de Kate, y sólo entonces aceptaba sus propios medicamentos. Cuando yo salía al pasillo, le escuchaba decir a Chris: “Buenas noches, Kate; y ésta le respondía: Buenas noches, Chris” ; de un lado al otro de la habitación que separaba sus dos camas.

No fui al asilo por dos días. Cuando regresé, la primera noticia que recibí al entrar fue:

-Chris murió ayer a la mañana. -¿Qué pasó?-Un infarto masivo. Sucedió muy rápido. -¿Cómo está Kate? -Mal

Entré a la habitación de Kate. Estaba sentada en su silla, inmóvil, con las manos en el regazo, mirando fijamente. Tomé sus manos entre las mías y le dije: -Kate, soy Phyllis. Sus ojos no se movieron; continuaban fijos. Puse mi mano bajo su barbilla y volví su cabeza con suavidad, para que se viera obligada a mirarme: -Kate, acabo de saber lo de Chris. Lo siento. Al escuchar la palabra “Chris”, sus ojos regresaron a la vida. Me miró fijamente, perpleja, como si se preguntara cómo es que yo había aparecido de súbito: -Kate, soy yo, Phyllis -repetí-. Siento mucho lo de Chris. El reconocimiento y el recuerdo anegaron su rostro. Las lágrimas desbordaron sus ojos y corrieron por sus ajadas mejillas: -Chris ya no está -susurró. -Lo sé -dije-, lo sé.

Mimamos a Kate durante un tiempo. Le permitíamos comer en su cuarto, la rodeábamos de atenciones especiales. Luego, poco a poco, el personal la habituó de nuevo a su antigua rutina. A menudo, cuando pasaba por su habitación, la veía sentada en su silla, con el álbum en el regazo, mirando con tristeza las fotografías de Chris.

El momento de irse a la cama era la peor parte del día. Incluso cuando se aprobó su petición de trasladarse a la cama de Chris, y aun cuando todos conversaban y reían con ella mientras la acomodaban para la noche, Kate permanecía en silencio, tristemente retraída. Cuando pasaba por su habitación una hora después, la encontraba despierta, mirando el techo.

Pero las semanas transcurrían y el ritual de la hora de acostarse no mejoraba. Kate parece tan intranquila, tan insegura. “¿Por qué?”, me preguntaba yo. “¿Por qué en este momento del día más que en los otros?”. Una noche, al entrar a su habitación, de nuevo la encontré completamente despierta. Llevada por un impulso le dije: -Kate, ¿Es posible que te haga falta tu beso de las buenas noches? Me incliné y besé su mejilla… Fue como si hubiera abierto una compuerta. Le corrieron las lágrimas; sus manos asieron con fuerza las mías: -Chris siempre me daba un beso de buenas noches -me dijo sollozando. -Lo sé -susurré. -¡Lo extraño tanto! Todos estos años me dio un beso de buenas noches. -Se interrumpió mientras yo le secaba las lágrimas. -No puedo dormirme sin su beso. Levantó los ojos hacia mí, llenos de gratitud: -Gracias por darme un beso -manifestó.

Una pequeña sonrisa se insinuó en las comisuras de sus labios. -¿Sabes? -agregó en tono confidencial-. Chris solía cantarme una canción. -¿De veras?

-Sí -asintió con su cabeza blanca-. Y de noche permanezco despierta y pienso en ella. -¿Cómo era? Sonrió, tomó mi mano y se aclaró la voz, debilitada por los años pero aún melodiosa. Entonó: “Entonces bésame, dulce amor, y separémonos / Y cuando esté demasiado viejo para soñar / Este beso vivirá en mi corazón”

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