martes, 13 de octubre de 2009

"Fichando ante el Sagrario"


Un sacerdote estaba dando un recorrido por la iglesia al mediodía. Al pasar por el altar decidió quedarse cerca para ver quién había venido a orar. En ese momento se abrió la puerta y el sacerdote frunció el ceño al ver a un hombre acercándose por el pasillo.
El hombre estaba sin afeitar desde hacía varios días, vestía una camisa raída, traía el abrigo gastado. Se arrodilló, inclinó la cabeza, luego se levantó y se fue.
Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la iglesia, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir.
El sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar de que se tratase de un ladrón, por lo que un día se puso a la puerta de la iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le preguntó:

- ¿Qué haces aquí?

El hombre dijo que trabajaba cerca, y tenía media hora libre para el almuerzo, y aprovechaba ese momento para orar.

- Sólo me quedo unos instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos; así que, sólo me arrodillo y digo: "Señor, sólo vine nuevamente para contarte cuán feliz me haces cuando me liberas de mis pecados; no sé muy bien orar; pero pienso en ti todos los días, así que, Señor..., éste es Jim fichando".

El sacerdote, sintiéndose un tonto, le dijo a Jim que estaba bien, y que era bienvenido a la iglesia cuando quisiera. Se arrodilló ante el altar como nunca lo había hecho. Sintió dentro que su corazón se derretía con el calor del amor, y encontró a Dios.

Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, en su corazón repetía la plegaria de Jim: "Sólo vine nuevamente para contarte cuán feliz me haces cuando me liberas de mis pecados. No sé muy bien orar, pero pienso en ti todos los días. Así, que, Señor..., aquí estoy yo fichando".

Cierto día, el sacerdote notó que el viejo Jim no había vuelto. Los días siguieron sin que Jim volviese para orar, por lo que el párroco comenzó a preocuparse. Hasta que un día fue a la fábrica a preguntar por él.

Allí le dijeron que estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados por su estado de salud, todavía creían que tenía posibilidad de sobrevivir.

La semana que Jim estuvo en el hospital dejó muchos cambios, él sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera jefe no podía entender por qué estaba tan feliz, ya que nunca había recibido ni flores, ni tarjetas, ni visitas.

El sacerdote se acercó al lecho de Jim con la enfermera, y ésta le dijo mientras que Jim escuchaba:

- Ningún amigo ha venido a visitarlo, no entiendo esa alegría.

Sorprendido, el viejo Jim dijo con una sonrisa:

- La enfermera está equivocada; ella no puede saber que todos los días, desde que llegué aquí, a mediodía, un querido amigo viene, se sienta aquí, en la cama, me coge las manos, se inclina sobre mí y me dice: "Sólo vine para decirte: Jim, cuán feliz fui desde que encontré tu amistad y te liberé de tus pecados. Siempre me gustó oír tus oraciones. Pienso en ti cada día. Así que, Jim..., éste es Dios fichando".


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